Las horas se deslizan lentas y monótonas tras las ventanillas del ómnibus que me conduce de Buenos Aires hacia el norte. Me esperan 16 horas de viaje atravesando la provincia de Entrerríos (a mi izquierda el río Paraná y a la derecha el Uruguay, frontera natural que se alarga centenares de kilómetros con el país vecino).
No llevamos recorrido ni un tercio del camino cuando camufladas por la oscuridad de la noche y amortiguadas por el ruido del motor, de la boca de mi vecino de asiento surgen unas misteriosas y enigmáticas palabras que me atrapan de forma inesperada.
- ¿A vos os gustá soñar?
Es la primera vez que me dirige la palabra, tras el cortés saludo de rigor a la hora de acomodarnos en Buenos Aires y en un primer momento dudo incluso que se esté dirigiendo a mí.
Me vuelvo hacia su sombra y percibo que aunque su mirada perdida se dirige al infinito, es a mí a quien está preguntando.
- Supongo…
- ¿Querés escuchar una linda historia?
Mi señal de alerta contra brasas en viaje se activa de forma automática. Me temo lo peor: una eterna noche de bus aderezada con batallitas para no dormir…pero mi educación no me permite decirle que no y, en cierta forma, su pregunta me intriga.
- Claro…
“Sólo hay una cosa en el mundo que sea comparable a soñar: volar. Se puede soñar con volar y se puede volar soñando. Ambas actividades son mágicas e irreales… Y hay pocas personas afortunadas en el mundo que puedan combinarlas y disfrutar de ambas. Si además son capaces de contar sus sensaciones, de transmitir esa magia, ya no estamos ante una persona afortunada… Estamos ante un genio, un genio como Antoine…
Calla de nuevo y deja que pasen unos kilómetros antes de proseguir
“Si mirás allá en la lejanía, podés ver las luces de Concordia. Los viajeros pasan de largo. No es una ciudad especialmente atractiva, así que salvo para descansar o por algún tipo de urgencia, nadie se detiene allá… Él no tuvo más remedio…
Antoine, o Saint-Ex, como le llamaban sus amigos, nació en una familia francesa aristocrática en el año 1900. A los 26 años empezó su carrera en la aviación, una pasión que se convertiría en el eje de su vida y que le llevó tres años más tarde a convertirse en Jefe de tráfico de la compañía Aeroposta Argentina.
Junto con otros pilotos franceses fue pionero en la apertura de las rutas aéreas hasta la Patagonia y Tierra de Fuego a bordo de sus modestos aeroplanos Late-25 y Late-28. Todas estas experiencias le marcaron profundamente y dieron vida a su libro “Vuelo nocturno”.
Pero unos meses antes de su segundo viaje a través de la Patagonia, la compañía lanzó un servicio postal aéreo para unir Buenos Aires con Asunción, en Paraguay. Mientras realizaba esta ruta de reconocimiento, Saint Exupéry buscaba la posibilidad de crear una escala intermedia. De pronto divisó el Castillo de San Carlos y un terreno que le pareció apropiado para realizar una parada. Decidió aterrizar para descansar, sin saber que una de las mejores experiencias de su vida le esperaba.
En el capítulo “Oasis” de su libro “Tierra de hombres”, escribe: “Había aterrizado en el campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas; era el campo cercano a Concordia en Argentina.”
Al aterrizar se rompió una de las ruedas del aeroplano, dejándolo atrapado en una cueva de vizcacha. Mientras intentaba arreglar la rueda vio en la distancia dos pequeñas niñas que se acercaban al galope y oyó que se burlaban de él en francés: “Qué hombre más estúpido…Mira que no ver la cueva!”
De esta forma comenzó su relación con la familia Fuchs que le alojó en su castillo de San Carlos hasta que pudo arreglar el avión. El castillo, que al exterior se alzaba imponente como un castillo de leyenda, mostraba sin embargo una construcción ruinosa en el interior, aunque todo estaba pulcro, encerado y brillante. Según sus propias palabras, Saint Exupéry estaba divertido y encantado a la vez. Todo aquello era simple, silencioso y furtivo, como la primera palabra de un secreto…
La familia Fuchs era muy especial. Tenían animales salvajes en su castillo, alguno de los cuales llegaron a domesticar. Su mascota principal era un zorro y la Sra. Fuchs se pasaba muchas horas al día cultivando rosas.
Con su grandeza espiritual e intelectual, Saint Exupéry despertó en las niñas una admiración mutua muy peculiar. Se sintió seducido por las vidas tan diferentes de las que vivían los niños en la ciudad. Le cautivaron sus actitudes, sus historias y sus juegos. Descubrió en ellas a dos pequeñas princesas que le enseñaron el valor de cosas que hasta aquel momento él no conocía.
En su artículo “Princesas argentinas”, Saint-Ex relata cómo una de las niñas se encuentra un día frente a frente con una serpiente cuando ella estaba subiendo a un árbol. Por un instante ambas quedaron inmóviles. La niña comenzó a hablarle y a pedirle que no le hiciera daño, ya que ella no había subido allí para lastimarla. La serpiente pareció entenderla y no le hizo nada, simplemente se limitó a mirar a la niña en su descenso del árbol.
Dijo más tarde que el contacto con esa casa y esa familia le dio la oportunidad de percibir la magia que envolvía la zona y que le dejó completamente fascinado.
No cabe duda de Antoine de Saint Exupery evocaba estas experiencias en la historia infantil que le haría famoso en todo el mundo, “El Principito”.
No llevamos recorrido ni un tercio del camino cuando camufladas por la oscuridad de la noche y amortiguadas por el ruido del motor, de la boca de mi vecino de asiento surgen unas misteriosas y enigmáticas palabras que me atrapan de forma inesperada.
- ¿A vos os gustá soñar?
Es la primera vez que me dirige la palabra, tras el cortés saludo de rigor a la hora de acomodarnos en Buenos Aires y en un primer momento dudo incluso que se esté dirigiendo a mí.
Me vuelvo hacia su sombra y percibo que aunque su mirada perdida se dirige al infinito, es a mí a quien está preguntando.
- Supongo…
- ¿Querés escuchar una linda historia?
Mi señal de alerta contra brasas en viaje se activa de forma automática. Me temo lo peor: una eterna noche de bus aderezada con batallitas para no dormir…pero mi educación no me permite decirle que no y, en cierta forma, su pregunta me intriga.
- Claro…
“Sólo hay una cosa en el mundo que sea comparable a soñar: volar. Se puede soñar con volar y se puede volar soñando. Ambas actividades son mágicas e irreales… Y hay pocas personas afortunadas en el mundo que puedan combinarlas y disfrutar de ambas. Si además son capaces de contar sus sensaciones, de transmitir esa magia, ya no estamos ante una persona afortunada… Estamos ante un genio, un genio como Antoine…
Calla de nuevo y deja que pasen unos kilómetros antes de proseguir
“Si mirás allá en la lejanía, podés ver las luces de Concordia. Los viajeros pasan de largo. No es una ciudad especialmente atractiva, así que salvo para descansar o por algún tipo de urgencia, nadie se detiene allá… Él no tuvo más remedio…
Antoine, o Saint-Ex, como le llamaban sus amigos, nació en una familia francesa aristocrática en el año 1900. A los 26 años empezó su carrera en la aviación, una pasión que se convertiría en el eje de su vida y que le llevó tres años más tarde a convertirse en Jefe de tráfico de la compañía Aeroposta Argentina.
Junto con otros pilotos franceses fue pionero en la apertura de las rutas aéreas hasta la Patagonia y Tierra de Fuego a bordo de sus modestos aeroplanos Late-25 y Late-28. Todas estas experiencias le marcaron profundamente y dieron vida a su libro “Vuelo nocturno”.
Pero unos meses antes de su segundo viaje a través de la Patagonia, la compañía lanzó un servicio postal aéreo para unir Buenos Aires con Asunción, en Paraguay. Mientras realizaba esta ruta de reconocimiento, Saint Exupéry buscaba la posibilidad de crear una escala intermedia. De pronto divisó el Castillo de San Carlos y un terreno que le pareció apropiado para realizar una parada. Decidió aterrizar para descansar, sin saber que una de las mejores experiencias de su vida le esperaba.
En el capítulo “Oasis” de su libro “Tierra de hombres”, escribe: “Había aterrizado en el campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas; era el campo cercano a Concordia en Argentina.”
Al aterrizar se rompió una de las ruedas del aeroplano, dejándolo atrapado en una cueva de vizcacha. Mientras intentaba arreglar la rueda vio en la distancia dos pequeñas niñas que se acercaban al galope y oyó que se burlaban de él en francés: “Qué hombre más estúpido…Mira que no ver la cueva!”
De esta forma comenzó su relación con la familia Fuchs que le alojó en su castillo de San Carlos hasta que pudo arreglar el avión. El castillo, que al exterior se alzaba imponente como un castillo de leyenda, mostraba sin embargo una construcción ruinosa en el interior, aunque todo estaba pulcro, encerado y brillante. Según sus propias palabras, Saint Exupéry estaba divertido y encantado a la vez. Todo aquello era simple, silencioso y furtivo, como la primera palabra de un secreto…
La familia Fuchs era muy especial. Tenían animales salvajes en su castillo, alguno de los cuales llegaron a domesticar. Su mascota principal era un zorro y la Sra. Fuchs se pasaba muchas horas al día cultivando rosas.
Con su grandeza espiritual e intelectual, Saint Exupéry despertó en las niñas una admiración mutua muy peculiar. Se sintió seducido por las vidas tan diferentes de las que vivían los niños en la ciudad. Le cautivaron sus actitudes, sus historias y sus juegos. Descubrió en ellas a dos pequeñas princesas que le enseñaron el valor de cosas que hasta aquel momento él no conocía.
En su artículo “Princesas argentinas”, Saint-Ex relata cómo una de las niñas se encuentra un día frente a frente con una serpiente cuando ella estaba subiendo a un árbol. Por un instante ambas quedaron inmóviles. La niña comenzó a hablarle y a pedirle que no le hiciera daño, ya que ella no había subido allí para lastimarla. La serpiente pareció entenderla y no le hizo nada, simplemente se limitó a mirar a la niña en su descenso del árbol.
Dijo más tarde que el contacto con esa casa y esa familia le dio la oportunidad de percibir la magia que envolvía la zona y que le dejó completamente fascinado.
No cabe duda de Antoine de Saint Exupery evocaba estas experiencias en la historia infantil que le haría famoso en todo el mundo, “El Principito”.
Hace unos minutos, o quizás hace horas ya, que mi vecino se ha sumido de nuevo en el silencio. Sus palabras se han ido confundiendo con el ruido del motor y ahora mismo, con las primeras luces del alba despuntando, no logro dilucidar si todo ha sido producto de mi imaginación o la historia surgió realmente de su boca.
Los kilómetros continúan deslizándose al otro lado de la ventanilla. Los viajeros van despertando de su sopor y se inician las conversaciones. En el asiento de detrás viajan una señora y su hija. Contemplan el paisaje y se lamentan de la monotonía de lo que ven.
Me vienen a la cabeza las palabras del Principito: “Solo se ve bien con el corazón”. Casi al unísono me parece escuchar la voz de mi vecino: “Lo esencial es invisible para los ojos”.
Cuando le miro, veo que sigue dormitando… Sólo un leve rictus en sus labios marca el esbozo de una sonrisa.
3 comentarios:
Hola Maria,
Caramba, no sabia que escribias tan bien!
La estoria esta' fenomenal y creo que estas pasando muy bien por este viaje!
Un beso fuerte,
Alex
16 horas de viaje...
Como se ve que los pobres no conocéis el avión...
Gracias, Alex.
Marquesa de la Viña, soy pobre en dinero y rica en todo lo demás...no como otras que se casan por la pasta con ricos herederos.
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