viernes, 10 de octubre de 2008

EL CONDOR PASA


El reluciente día primaveral con su cielo azul, la fresca brisa y un sol que no llega a calentar, compensan con creces el esfuerzo del madrugón y de las dos horas de bus por una serpenteante carreterita de montaña para llegar a La Pampilla, a unos 2.000 m. de altitud, en las Sierras de Córdoba, puerta de entrada al Parque Nacional de la Quebrada del Condorito.


Especie en vías de extinción, animal mítico y protagonista de leyendas para todos los pueblos indígenas de los Andes, encarnación de la inmortalidad, el CÓNDOR tiene en este paraje natural (un cañón de 800 m. de altura y 1.500 m. de ancho) el lugar perfecto para vivir y criar. De hecho, este es el único lugar del mundo donde se puede encontrar una concentración tan significativa de cóndores (101 en el último censo).


El camino que conduce desde la entrada del Parque al Balcón Norte (donde se puede admirar el elegante vuelo de estos enormes pájaros con su característico collar de plumas blancas) es cómodo y está perfectamente señalizado. Los guardaparques me reciben calurosamente (soy la primera visitante del día), me dan todo tipo de explicaciones e información para terminar diciéndome que hoy es el Día Nacional del Guardaparque y que se van todos de farra, que tenga cuidado y que me vaya lindo... (una perspectiva nada tranquilizadora).


En dos horas escasas se recorren los 9 Kms. alternando suelo rocoso y pampa (pradera) de altura. A medio camino un cartel recomienda precaución ante la presencia en la zona de pumas y ofrece consejos sobre cómo comportarse en caso de que se produzca el improbable encuentro. Era lo que me faltaba: que fuera la primera visitante del Parque devorada por un puma... Pero no. Llego sana y salva al mirador desde donde se pueden contemplar los nidos situados en la pared de roca opuesta y cómo los adultos (que se distinguen por su plumaje blanco y negro) enseñan a volar a los alevines, de un color marrón que no mudarán hasta los 5/6 años de edad.


El cóndor se caracteriza sobre todo por ser el ave voladora de mayor envergadura (3 m. de punta a punta) y casi 1 m. de altura; y por su longevidad (pueden vivir entre 50/60 años).


Disfrutar durante media horita en soledad del vuelo de estas magníficas aves es una experiencia única en la vida. Inevitablemente, un grupo de colegiales irrumpe tras los 30 minutos de rigor rompiendo el encanto del momento, aunque alejando, eso sí, mis posibilidades de ser devorada por el puma...



En cualquier caso, el riesgo ha merecido la pena...

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