jueves, 29 de mayo de 2008

EL CEMENTERIO MORO PERDIDO...

La carretera está desierta y mojada. Las negras nubes anuncian de nuevo tormenta. Ninguna señal que nos indique el camino. Ni un alma a la que preguntar. Nuestro destino no puede estar ya lejos… y de repente una sensación de desasosiego y de infinita tristeza me invade. Un sexto sentido me avisa que estamos muy cerca. Detenemos el coche y nos adentramos en el bosque por un pequeño sendero cubierto de maleza.




Nos encontramos frente a un recinto amurallado, con paredes de piedra de un metro de altura, en otro tiempo encaladas. Los torreones en las esquinas y una magnífica puerta mudéjar orientada a la Meca protegen el eterno descanso de unos 300 marroquíes del cuerpo de Regulares, muertos tras feroces combates durante la Guerra Civil.




Al otro lado de la tapia, silencio y vegetación desbordante. Nos adentramos en un mundo de sensaciones y nuestras pisadas al azar se transforman en mensajes de alerta ante intrusos que invaden un hogar al que no han sido invitados. Caminamos procurando no pisar unas tumbas transformadas por el tiempo en túmulos irreconocibles y cubiertos por una espesa capa de hojas y maleza. Sauces que echaron sus raíces en esta tierra desolada y que siguen, tras siete décadas, llorando a sus muertos.





Es el cementerio moro perdido de Luarca, envuelto en el misterio, en el olvido y la fascinación. Un silencio sonoro se impone, roto únicamente por el viento que entre los árboles recita versículos del Corán.



Y junto al cementerio, un inusual claro en el bosque en el que no crece vegetación alguna. Un cuervo que graznando delata nuestra presencia. Hojas marchitas que mitigan los pasos. Y una indescriptible sensación de encontrarnos rodeados, observados, vigilados…

Mientras regresamos sobre nuestros pasos, vuelvo recelosa la mirada hacia atrás en un intento de VER lo que que allí hay… pero mis ojos solo perciben unos tímidos rayos de sol que se cuelan a través de los frondosos sauces creando un juego de luces y sombras.




El Muecín llama.
Es la hora de la oración.
Mejor dejarles solos…